Más allá de los complicados juegos que existen, sea por la complejidad de sus reglas como en el caso del ajedrez, o por lo aparatoso de su parafernalia como el futbolín, el juego infantil nos sorprende en ocasiones con una sencillez poética.
En un ranking de juegos simples aparecerían bien arriba los de “tocar y correr” como “El date”, “La queda”, “La lleva”, “El date en vuelo” o “A salvar". Una variante sofisticada e incombustible de estos sería “El pañuelo” que ha conocido una cantidad enorme de variantes, en las que se ve ya la mano de algún adulto.
Algunos juegos, en el colmo de la sencillez, llevan en su nombre las reglas del mismo como es el caso de “Cara o cruz”, “Pares o nones”, “¡A ver quién llega primero!” o su opuesto y no menos excitante “¡Tonto el último!”, en los que no hay que decir nada más para empezar a jugar. Estos de “esconder y sacar” se pueden complicar ligeramente en variantes como “Piedra, papel, tijera” o “Los chinos”.
Con el uso de las piedras abriríamos un nuevo capítulo en el que cabrían desde el simple “A ver quién llega más lejos” o “A ver quién da ahí” hasta la exhibición de destreza que supone “hacer ranas” en el agua. Estos fueron siempre juegos también de momentos solitarios, antídotos del aburrimiento, donde el compañero parecía ser un buen canto.
Carreras de sacos, tirasoga, escondite,...La condición juguetona del ser humano se abre paso en la infancia de muchas maneras sencillas, que son suficientes para generar gran placer y disfrute cuando ocurren en buena compañía.
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