BAILAR

Llevaba un rato sonando la música mientras charlábamos y nos mirábamos sin más. De pronto sonó una canción que todos parecimos reconocer y en un rincón de la sala alguien empezó a bailar. Un contagio eléctrico hizo que en un segundo no hubiese nadie que no bailase a su antojo, como si se tratase de una necesidad que había que satisfacer para encontrarse bien en ese momento.


Habitantes de cuerpos estáticos, los humanos disfrutamos enormemente de la libertad que sentimos cuando nuestros brazos y piernas exploran movimientos inusuales al ritmo de la música, algo que hacemos demasiado poco para lo bien que sabemos que nos sienta.


El carnaval saca al baile de la mazmorra de las asignaturas olvidadas, en donde permanece habitualmente confinada por ser sospechosa de fomentar exceso de desinhibición, salud, alegría, felicidad, y otros dones ocultos por una capa de vergüenza.


El bailarín Friedemann Vogel decía ahora hace un año que “la danza es un movimiento refinado para comunicar”: si tu estilo no alcanza efectivamente el refinamiento de la danza, al menos baila.

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